

Parece mentira que tras 15 kilómetros de mar existan mundos tan diferentes. Lo primero que sorprende del norte de Marruecos es lo verde que está. Arriba las cascadas de Ouzoud.

Lo segundo que me sorprendió es el trato que recibimos: hospitalarios, y en general muy agradables. El mal tiempo que hacía en Taghia nos hizo cambiar de planes. De esta forma dispondríamos de más tiempo para recorrer los valles que teníamos en mente. Arriba una imagen de Marrakech.

¡Esto sí que es reciclar! Lo que vende este hombre sorprende a cualquier occidental: dientes y dentaduras postizas

El zoco de Marrakech y su plaza son reconocidos mundialmente. Los colores y la variedad de objetos para comprar o intercambiar son sorprendentes.

El verde todavía domina el paisaje. Más al sur nos esperan los desiertos.

Los espacios inmensos de los desiertos con sus tonalidades pardo rojizas nos hacen parar constantemente.

Las rocas sufren cambios bruscos de temperatura que acaban resquebrajándolas convirtiendo las grandes extensiones en un paisaje de película.

Los ríos como éste del valle del Drâa son la base de la vida en estos kilómetricos valles, son tierras fértiles y los bereberes saben sacarle el máximo partido

Los pueblos del sur conservan un encanto especial que es más difícil encontrar en el norte. Arriba la Kasba de Oulad Âtmane en el valle del Drâa. Mohamed, con su estilo pausado y su sonrisa constante resolvió cuantas dudas teníamos. ¡Qué facilidad tienen estas gentes para los idiomas!


El pueblo de Oulad Âtmane

A la salida del valle ya era de noche, y sólo pudimos ver el aspecto nocturno de Ourzazate

Nuestra "autocaravana" funcionó a la perfección. Los enclaves para dormir no eran difíciles de encontrar.

Después de recorrer el valle del Drâa, le tocaba el turno al valle de Dades, arriba en la foto. Continuaremos en unos días para no resultar pesados